Tengo pesadillas de día, mientras respiro y suspiro, a cada segundo aparece su recuerdo y no se cómo borrarlo.
Caminaba a media noche por una
calle desierta, no estaba muy lejos del centro, se escuchaba la algarabía de algún
bar todavía abierto, mientras yo rezaba porque no me pasara nada nuevamente a
esa hora, vestía zapatillas negras de charol, con una punta dorada al frente,
mi apretado vestido negro no me dejaba respirar bien, pero la reunión lo
ameritaba. No pude viajar en taxi porque minutos antes me habían robado el
bolso, tampoco traía un teléfono para comunicarme con nadie. Estaba sola
temiendo que aún me pasara lo peor, las lágrimas escurrían por mis mejillas
mientras poco a poco apretaba el paso para llegar más rápido a la casa de
Darío.
Darío era mi mejor amigo, hacía
poco tiempo había vuelto a la ciudad en busca de nuevas oportunidades, pintaba
cuadros que no eran muy bien vistos por el alto precio que tenían, se acababa
de mudar con una chica extranjera que recién había conocido en sus múltiples viajes, solo sabía de ella por sus pláticas
ocasionales y una que otra foto vista en la red, como no tenía a dónde más
acudir esa noche, decidí caminar hacia su casa.
Por fin pude ver a lo lejos la
puerta de su casa, era una puerta de madera color gris, corrí hacia ella y
toqué muy fuerte, traía las zapatillas en las manos y las medias rotas, grité
desesperada que me abriera por favor. Entonces sucedió. La puerta se abrió, la
chica de las fotografías salió corriendo
con las manos llenas de sangre. No sabía lo que estaba pasando hasta que entré
en la casa, ahí estaba él, tendido en la sala con una fotografía mía en la mano
y un disparo en el pecho. Aún respiraba, me acerqué y lo abracé muy fuerte,
gritar para pedir ayuda no sirvió de nada, no se cuánto tiempo pasó durante ese
abrazo, no me pudo decir nada, solo me sonrío y con su mirada lo dijo todo, en
un segundo dejó de respirar. Mis lágrimas entonces desaparecieron, dejé de
sentir dolor, angustia, tristeza. Con la muerte de Darío, me había muerto yo.
No recuerdo muy bien qué pasó después, recuerdo las luces de las ambulancias,
de las patrullas, los gritos ahogados de la gente que llegó.
No se cuánto tiempo ha pasado
desde aquella noche en que se fue. Mis pesadillas no me abandonan, cada día
respiro su recuerdo, en cada pared gris observo la fotografía que tenía en su
mano al momento de morir. Era yo, yo estaba ahí con él, en su corazón. Ahora
Darío está en mi, aunque nunca más vuelva a salir de aquí.
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