La frase estaba escrita, enviada, leída. Fueron once palabras que le congelaron el alma
y le hicieron sonreír aquella fría mañana de invierno, sonrisa que iluminó todo
lo que tenía a su alrededor.
Meses antes ella había
estado soñando con fantasmas, hasta que un buen día tuvo uno de frente, sabía
que existía, en algún lugar del universo, en otra dimensión, no importaba cuán
lejos estuvieran porque a pesar de ello, había una conexión que podía percibir
cualquiera que leyera su mirada.
La mañana en que recibió ese mensaje, tuvo la misma sensación
que deja un beso apasionado, cuando el
escalofrío recorre tu cuerpo, la humedad se apodera de ti, los latidos
del corazón se aceleran y las pupilas se dilatan. Había aprendido a leer entre
líneas y a escribir metáforas en el viento, sabiendo que algún día sus letras
llegarían a su destino.
La chica que no cree en Grey.
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