22.4.15

Letras que mueren en el mar.


             Hace días mientras el sol acariciaba mi inexpresivo  rostro,  escuchaba atento a las olas del mar, cuando estas me dijeron: “Hay universos que queremos tocar, sentir, hacer vibrar, de pasión, de inocencia y de placer”.

Por un momento pensé que me estaría volviendo loco, que era imposible que las olas hablaran el mismo lenguaje que yo, miré a mi alrededor y me vi acompañado de una nube que más bien se burlaba de mi. Me acerqué un poco más y siguieron conversando, pero esta vez se reían de mi. Escuché sus argumentos que me parecieron estúpidos y decidí no poner  atención. Sin embargo las voces que salían del mar cada vez eran más fuertes, yo no quería escuchar, era como entrar a mi mismo y no quería tener un encuentro de ese tipo, no en ese momento, no en ningún momento. Ni ahora ni después.
De pronto descubrí que me encantó cada palabra, cada línea, cada pensamiento que me provocaba escuchar el sonido de esas letras, de esas palabras, mismas que me llevaban al límite y estremecían cada centímetro de mi cuerpo.

El sol comenzó a desaparecer en el horizonte, las olas seguían atormentándome y yo me negaba a seguir mis deseos, mis impulsos de abrazar un aroma, de besar su cabello. Decidí alejarme de la orilla y regresar a casa, decidí que aquellas letras que habían tocado mi alma muriesen en el mar.

La chica que cerró el caso, pero que no puede dormir.

Las once palabras


                 La frase estaba escrita, enviada, leída.  Fueron once palabras que le congelaron el alma y le hicieron sonreír aquella fría mañana de invierno, sonrisa que iluminó todo lo que tenía a su alrededor.

Meses antes ella  había estado soñando con fantasmas, hasta que un buen día tuvo uno de frente, sabía que existía, en algún lugar del universo, en otra dimensión, no importaba cuán lejos estuvieran porque a pesar de ello, había una conexión que podía percibir cualquiera que leyera su mirada.

La mañana en que recibió ese mensaje, tuvo la misma sensación que deja un beso apasionado, cuando el  escalofrío recorre tu cuerpo, la humedad se apodera de ti, los latidos del corazón se aceleran y las pupilas se dilatan. Había aprendido a leer entre líneas y a escribir metáforas en el viento, sabiendo que algún día sus letras llegarían a su destino.
La chica que no cree en Grey.