Hace días mientras el sol acariciaba mi inexpresivo rostro, escuchaba atento a las olas del mar, cuando estas
me dijeron: “Hay universos que queremos tocar, sentir, hacer vibrar, de
pasión, de inocencia y de placer”.
Por un momento pensé que me estaría volviendo loco, que era
imposible que las olas hablaran el mismo lenguaje que yo, miré a mi alrededor y
me vi acompañado de una nube que más bien se burlaba de mi. Me acerqué un poco
más y siguieron conversando, pero esta vez se reían de mi. Escuché sus
argumentos que me parecieron estúpidos y decidí no poner atención. Sin embargo las voces que salían del
mar cada vez eran más fuertes, yo no quería escuchar, era como entrar a mi
mismo y no quería tener un encuentro de ese tipo, no en ese momento, no en
ningún momento. Ni ahora ni después.
De pronto descubrí que me encantó cada palabra, cada línea,
cada pensamiento que me provocaba escuchar el sonido de esas letras, de esas
palabras, mismas que me llevaban al límite y estremecían cada centímetro de mi
cuerpo.
El sol comenzó a desaparecer en el horizonte, las olas
seguían atormentándome y yo me negaba a seguir mis deseos, mis impulsos de
abrazar un aroma, de besar su cabello. Decidí alejarme de la orilla y regresar
a casa, decidí que aquellas letras que habían tocado mi alma muriesen en el
mar.
La chica que cerró el caso, pero que no puede dormir.
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